Él vivía para inventar mundos. No recordaba desde cuándo construía y generaba personajes, alegrías, frustraciones, dolores. Actuar, encarnar sentimientos ajenos, lograron interpelarlo desde sus creencias, juicios, prejuicios. Se había vuelto más humano. Los personajes los creaba para compartir, era imprescindible que hubiera otros a quien ofrecérselos. Respiraba con la presencia del espectador.
Así fue el Teatro durante todos sus siglos, criatura inmortal. ¿Cómo pensar y ni siquiera imaginar que ese universo podría desaparecer? Pero la maldición cayó sobre el planeta entero, nadie logró neutralizarla y los contagios se precipitaban con más violencia cada día. El confinamiento aumentó junto con el consumo de información y de entretenimientos en los televisores, la radio o la web. Netflix explotó de usuarios, el streaming se saturó. La transformación digital que venía siendo un proyecto a futuro en muchas empresas, se posicionó como una forma de supervivencia laboral, educativa y social. Los avances tecnológicos fueron muy bienvenidos y se convirtieron en los principales recursos para resistir la pandemia. La revolución digital aceleró su paso sin perspectivas de reversibilidad. Y el titán milenario veía su final. Ni YouTube, ni Zoom, y ninguna pantalla podrían reanimarlo.
Ahora el teatrista, arrodillado sobre las tablas del escenario, esperando escuchar los aplausos que no se oyen, percibiendo los asientos vacíos, aislado con el telón caído y las puertas clausuradas, se pregunta si alguien logrará inventar el guion para que pueda continuar existiendo.
Bio de la autora
Isabel Benia. Nací en Paysandú, la “Heroica”, junto al “Río de los Pájaros”. Vine a Montevideo por vocación docente, a estudiar profesorado de Química en el Instituto de Profesores Artigas. Me recibí, me recibió la Capital, dediqué muchos años a la enseñanza de las Ciencias en Educación Secundaria y a la Didáctica de Química en el IPA. Nunca había incursionado en la experiencia de contar historias o transitar estilos literarios. Pero este año, tan distinto, tan desafiante, tan pandémico, me llevó a través de la escritura, de la mano de Paula y otros tantos compañeros latinoamericanos, a descubrir, explorar y sumergirme en lugares desconocidos, sorprendentes, tanto desde lo inter como de lo intrapersonal.