Se vistió rápido, se maquilló suavemente. El pelo era lo que le llevaba más tiempo. Marcarse los rulos con la crema recomendada por la peluquera del barrio, y luego aplicar el anti-freez para que no quedaran pelos parados, apuntando al cielo, como rogándole a Dios que fuera una cita perfecta.
Mientras terminaba de amasarse los rulos, reteniéndolos y soltándolos con un movimiento suave pero constante, se imaginó que él estaba llegando por la calle principal, donde giraría a la derecha, y pronto estacionaría frente a su casa, estrenando su nuevo auto.
Terminó de alistarse, bajó rápido y lo esperó afuera. Él había comprado las entradas con anticipación en la mitad de la sexta fila, donde disfrutarían el estreno de Seven. Pecados capitales, sin interrupciones de ningún tipo. También le había pedido que se pusiera ropa elegante, cenarían en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Sería una noche especial. ¿Le propondría matrimonio? ¿Sería el padre de sus hijos? ¿Sería el hombre de su vida?
Después del primer crimen, en el que un obeso era forzado a comer hasta morir como castigo por su gula, Sylvana sintió las primeras ganas de ir al baño; con el apuro y los nervios del apronte se había olvidado de aquel importante menester antes de salir de casa. En la mitad del segundo crimen, donde un abogado era obligado a cercenar una parte de su cuerpo y desangrarse, pagando así por su avaricia. Volvió a sentir unas ganas intensas de orinar, pero intentó no prestarle atención.
Fue al final del tercer crimen, cuando un hombre demacrado agonizaba atado a su cama durante un año por el pecado de la pereza, que Sylvana sintió una fuerte puntada en la vejiga. Pensó que podía aguantar un poco más y ver si los detectives llegaban antes que el asesino hasta la próxima víctima: una prostituta asesinada por uno de sus clientes, obligado a penetrarla con un artefacto sadomasoquista dotado de cuchillas. La lujuria era el pecado que estaban pagando. A estas alturas las ganas de orinar eran incontenibles. Pero no podía interrumpir la concatenación de las sutiles pistas que armaban el rompecabezas, revelando la identidad de la siguiente víctima. Había sido mutilado y posteriormente cometido suicidio, lo que en la mente del asesino representaba el pecado de la soberbia.
No aguantaba más, ni un segundo más, cualquier movimiento en falso desataría el río de orina que contenía en su vejiga. Intentó pensar en algo, pero su cuerpo actuó más rápido. Se sentó sobre sus manos, dando un breve salto, que dejó escapar las primeras gotas. Una pausa total en su cuerpo le brindó la esperanza de que el pequeño deshago habría calmado la potencia del agua que habitaba en su interior. Pero la ola volvió a golpear contra su uretra abriendo las compuertas a un chorro que bajó por las patas de la silla cayendo como un torrente de lluvia al piso.
Carlos, compenetrado con el asesino que se acababa de entregar en la comisaría, notó que algo extraño le sucedía a Sylvana.
—¿Pasa algo? ¿te sentís bien? — le preguntó.
Sylvana no contestó, no pudo, con la mirada fija en la pantalla grande, continuó desagotando el agua de su cuerpo, que corría hacia las filas delanteras. Pensó en la mala costumbre de la gente que dejaba bolsos y carteras en el piso o debajo de las sillas, y se lamentó por ellos. Pero se regodeó en la sensación de desahogo y libertad hasta la última gota y hasta el último suspiro de aire contenido en sus pulmones. Entonces, su cuerpo empapado, desde la cintura hacia abajo, se relajó en la silla justo cuando el detective Mills apuntaba su revólver hacia la cabeza del asesino y apretaba el gatillo.
FIN
Bio de la autora
Ofelia Ros es decana de la Facultad Seminario Andrés Bello, del Instituto Caro y Cuervo de Colombia. Anteriormente fue coordinadora de investigación (2015 – 2018) profesora e investigadora (2014 – 2018) del mismo Instituto. También fue profesora-investigadora de la Universidad Santo Tomás del 2014 al 2018. Su desempeño profesional en los diferentes cargos ocupados se vinculó con la creación de productos culturales, la investigación y la educación en el campo de la literatura, el psicoanálisis, la sociedad y la cultura. Ofelia Ros ha publicado varios artículos en revistas de alto impacto, como Revista de Crítica Cultural Latinoamericana (RCLL), Latin American Research Review (LARR), Modern Languages Notes (MLN), Revista Iberoamericana, Revista de Estudios Canadienses, Dissidences y Cuadernos de Literatura. Publicó el libro Lo siniestro se sigue riendo en la literatura argentina con el Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana (IILI) The University of Pittsburgh Press. Se doctoró en la Universidad de Michigan, USA, y es licenciada en Filosofía de la Educación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República Oriental del Uruguay (UdelaR).
Tremendo relato que, como lectora, me invitó a desahogar y liberar acompañada.
Felicitaciones Ofelia!