Hacía un año que no iba a ver a su madre. ¿La tendría olvidada? Eso se preguntaba Antonia en momentos de reflexión, mirando hacia la calle y evocando el rostro de su hija. Domenique siempre la recordaba y sufría íntimamente su distanciamiento. Ella esquivaba el encuentro, no se atrevía a ir. Se desgarraba por dentro y por fuera cada vez que llegaba hasta la casa de su madre: una fría y oscura pintura que un día fue su hogar. La miseria humana quedaba detenida en sus retinas por varios días más, luego de sus encuentros. No podía olvidar su rostro — que una vez había tan bonito — ahora lleno de arrugas, la sonrisa con unos pocos dientes marrones, al igual que las yemas de sus dedos índice y mayor, con los que sostenía algún pucho. Los ojos inundados de pena, y toda ella entregada al abandono, mostrando una caricatura de sí misma. En el piso, ya sin baldosas, un colchón roto y cubierto de ropas sucias, hacía de cama y asiento. Un perro flaco, con la panza hundida y las costillas resaltadas, la acompañaba. En la cocina, las paredes estaban teñidas de negro por el hollín del fuego y el humo del fogón construido con dos bloques y una parrillita llena de grasa, sobre la cual, quedaba siempre la olla sin asas, tiznada y abollada. En las otras habitaciones vacías el perro iba dejando y cambiando de lugar los huesos pelados de algún “puchero”. Esa noche de abril con luna llena su hija fue a verla; festejaron juntas su cumpleaños. Le llevó de regalo un paquete de tabaco, y a la luz de un candil, con el que prendieron la velita puesta sobre un cupcake, cantaron el que los cumpla feliz. Mirando la llamita quieta reflejada en los ojos de su madre antes del soplido, quiso abrazarla, pero no pudo.
—¿Mamá?..nada, nada.
—¿Pregúntame?
Bio de la autora
Soy Gelem Zulema Habiaga, tengo 46 años, estoy casada con Raúl, mi hija se llama Mavi y tiene seis años. Soy profesora de inglés, trabajo en una escuela pública; me encanta tejer en mis ratos libres. Escribí este relato y otros mientras participé del taller de escritura en Paratextos como parte de un camino de sanación personal a través de la palabra escrita. Agradezco infinitamente de todo corazón a mi profesora Paula Chiappara, quien además de tener los conocimientos y el don de enseñar, tiene la empatía y sensibilidad necesarias para acompañar a sus alumnos a expresarse al mismo tiempo que a aprender el arte de la escritura.