“Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo de monstruoso”. Esa noche el espejo nos convirtió en homicidas.
J.L.Borges
Marcela tendría nueve o diez, yo uno menos, edad suficiente para jugar solas en la plaza de la planta baja mientras mamá hacía sus tareas con Marcia, la más pequeña, en el noveno piso del departamento de Figueroa Alcorta. El parque de casa era inmenso, llegaba hasta la avenida del Libertador, zona que teníamos restringida por la distancia y el peligro. Justamente esa era la zona más interesante, olía rancio, olía a “subte”. Años después investigué, pero no existía ninguna línea de subterráneo que pasara por allí. En el área del parque más alejado a la avenida, había un bosque encantado. Aquella vez que regresé, de adulta, descubrí que solo había un par de moreras y algunos tilos (ese es el motivo por el cual a veces no hay que regresar a los lugares mágicos).
En fin… desde nuestro metro de altura y kilómetros de imaginación ese era un bosque encantado. No había césped debido a la continua sombra y la humedad, por lo cual jugar en el bosque incluía volver a casa con medio kilo de lodo en cada zapato, los pies del regreso se sentían como los del astronauta que vuelve a la nave. Entre los tesoros que escondía el bosque encantado, había rayos de sol que irradiaban vida, unas minúsculas florcitas violetas que sólo duraban un día, algunos duendes que siempre, siempre, por más silenciosas que apareciéramos, nos escuchaban llegar y lograban esconderse. Y cada tanto aparecían ellos, pichones caídos, pequeños, vulnerables, que piaban fuerte por ayuda. Marcela, que en aquel entonces era la más valiente y la que todo lo sabía, bajaba preparada con una caja de cartón para rescatarlos, en caso de tener la suerte de que justo ese día apareciera el huérfano indicado para la misión. Fueron varios los pichones que criamos en casa. Por temor no le contábamos a mamá y los manteníamos escondidos dentro un placard. Los alimentábamos con leche y miga de pan y poco a poco, revoleándolos dentro de la caja, les enseñábamos a volar. Una vez, sin que Marcela me viera, intenté alimentar a uno con un sugus azul masticado, como hacían las mamás pájaras, pero a ese no le gustó. Aún hoy en día, no puedo comprender como existen seres vivo que se resisten a la magia a los sugus azules.
Específicamente este bebé era muy ruidoso y se nos complicaba mantenerlo escondido. Marcela determinó que las lecciones debían ser más rápidas para poder liberarlo lo antes posible y que mamá no nos obligara a devolverlo a la plaza. Estuvimos todo el día encerradas con él. De a poco el pichón comió, dejó de temblar y cuando lo tirábamos hacia arriba intentaba aletear, con esas alas peladas de plumas que tiene los bebes pájaros. Mamá había salido, eso nos daba tiempo de enseñarle más libremente. Marcela era la que zarandeaba la caja y el pichón caía sobre la misma en posiciones extrañas, pero seguía piando, signo de que disfrutaba del ejercicio. Era de tarde en el noveno piso, mi cuarto tenía un ventanal gigante que daba a la avenida Figueroa Alcorta, y allá más lejos se veía el Río de la Plata. Desde esa altura, si el día estaba muy claro, se vislumbraba incluso la costa del Uruguay, otro país que quedaba medio lejos, pero igual yo lo veía desde mi cuarto. Ya estaba por anochecer cuando llego mamá, entonces Marcela me dijo:
-Dale! es ahora Mariana, antes de que se haga de noche y le de miedo.
A mi me dió desconfianza, porque me parecía que este huerfanito todavía caía muy chueco en la caja cuando intentábamos que volara, pero mi hermana sabía más que yo y me aseguraba que ya estaba listo.
– Quedate tranquila que va a salir a buscar a su árbol y reencontrarse con otros pájaros, ellos lo van a cuidar.
Abrimos el ventanal, nos despedimos de el pichón y en el instante que lo lanzábamos al grito de ¡volá volá!, mamá apareció y corrió hasta nosotras con más susto que el pichón, nos agarró fuerte separándonos de la ventana y ahí comenzó la pesadilla…
Gritaba como enajenada.
-¿Cómo se asoman de esa manera? ¿Ustedes están locas? ¿Cuántas veces hablanos del peligro de las ventanas? Jamás, bajo ninguna circunstancia se pueden abrir sin la presencia de un adulto. ¿Cómo se les ocurre?
De verdad la vi tan furiosa que le tuve que confesar todo.
– Mami no te preocupes, agarradas de la reja estamos seguras, solamente quisimos liberar un pichón que rescatamos de la plaza. Le dimos de comer y Marcela le enseñó a volar, así que ahora debe estar buscando a su familia, sólo por eso abrimos la ventana mami. Ya rescatamos a varios y siempre les enseñamos primero.
Yo me sentí liberada y orgullosa, esperando su aprobación. Pero entones mamá nos miró atónita y no dijo nada, dejándonos en penitencia en el cuarto. Habíamos roto algunas reglas, y eso no estaba bueno.
Ya era de noche y seguíamos encerradas con Marcela, pero ahora entretenidas con algún otro juego. Estábamos justamente armando estatuas frente al espejo cuando escuché a mamá hablando con papá desde la habitación contigua.
– Vas a tener que hablar con las nenas Ricardo, no tengo ni idea cuántos pajarracos habrán matado. Imaginate a los pobres estrellados en la vereda, después de una caída libre de cincuenta metros.
Bio del autor
Mariana Túnica. Café con leche en taza gigante. Verano. Sueños. Carcajadas hasta las lágrimas. No me despiertes antes de las dos cifras. Decime cucurucho. Helado de mascarpone. Fiebre del sábado por la noche. Travolta y Tarantino. Cine a la tarde. Cine a la noche. Una cerveza helada. Melancolía. Belleza. Optimismo. Perdida en mi cabeza. Locura. Amistades leales. Hacer el amor. Los tomos de Freud. Argentina y Uruguay. ¡Que llueva, que llueva! Relax. Silencio. Tardes de soledad. Honestidad brutal. Jazz. Nada…
Mujer, amiga, sensual, abuela. ¿Abuela? Si, diplomada por Silvestre, Rio y Tilo. La infinitud del amor. Pochoclos. Llamadas de mamá. Talleres emocionales. Deja vu. Frida Kahlo. Pantuflas de peluche. Mis tatuajes. Lápices en el pelo. Baños de inmersión ¡Dios como extraño los baños de inmersión argentinos! Trasnochar. Nadar. Lo neutro. Odio comerme las uñas. Mi cama, mi compu mi mala memoria. Insomnio.Escribir, siempre, porque si, para liberar, para comunicar, para trascender. The end. Posdatas. Firma. To be continued…