Me acuerdo de la hora de la siesta en la última pieza. Así es como llamábamos a la habitación del fondo de aquella casa vieja y larga, que había sido destinada a cuarto de juegos.
Me acuerdo de las señales de ajuste del canal 5 a primeras horas de la tarde, de las barras de colores que sólo veíamos en tonos grises en el televisor que teníamos el privilegio de alojar en la última pieza.
Me acuerdo de cómo nos sentábamos expectantes frente a la primer pantalla que captaría nuestra atención, esperando la salida estelar del Hombre elástico y de la grandiosa Jana de la Selva.
Me acuerdo que pasada la hora de la siesta, íbamos de a poco saliendo todos a la cancha grande de la diversión y donde se picaba era en la calle! También llamada la vereda, la lleca… lo que hoy sería un open space o un playground a cielo abierto.
Me acuerdo de Sandra y Leo los hermanos de enfrente, de Vicky, Vero y el Café el más moreno del pasillo; de Pablo y Nacho los de al lado y del loco Paco… pobre loco. Nadie sabía a ciencia cierta qué le hacía hablar a los gritos, nunca nadie nos había explicado porqué escupía en cada palabra, por lo que para nosotros era un niño más, igual de divertido y fastidioso que el resto.
Me acuerdo del día de la carrera. El punto de partida y de llegada era el taller mecánico del Nery. Pegábamos la vuelta a la manzana en bicicleta, patineta, triciclo o monopatín y al loco, que no tenía con qué participar, se le ocurrió pedirle al Café que lo llevara en la parrilla trasera de su bici. Me acuerdo de verlos a los dos llegando últimos y a grito pelado. El pie de Paco enredado entre cien rayos, mi viejo cruzando la calle a zancadas y el Nery buscando entre sus pinzas para salvarle el pie a Paco y arruinarle la bici al Café.
Me acuerdo de la fiesta de cumpleaños de mis hermanos en pleno enero, que por once días de diferencia no les quedaba más que compartir el festejo. Para la ocasión mis viejos habían contratado a un fotógrafo. Uno con cámara profesional y flash incorporado. Se llamaba Peter y todo el barrió posó para él con sus mejores y desdentadas sonrisas. Tremando álbum nos iba a hacer Peter… ese sí que iba a ser un recuerdo para toda la vida. Y pasaban los días y el álbum no aparecía, pasaban las semanas y estábamos para la vuelta a clases cuando Peter confesó que se le habían velado los rollos. Todos.
Me acuerdo que para compensar la pérdida nos ofreció hacernos unas fotos familiares. Aquella tarde nos vistieron a juego a mi hermano y a mí y mi hermana con volados, preparados los tres para la sesión que iba a tener lugar el en set más idóneo para la ocasión: la calle.
Me acuerdo de veranos felices en un “balneario” cuyo nombre no nos iba a alcanzar ni para mojarnos las patas, pero sí para atesorar las más auténticas aventuras de puro barrio.
Bio de la autora
Patricia Mori ¿Quién soy?
Una linda pregunta para hacerse de vez en cuando…
Hermosa historia tiene el gran encanto de la sencilles y el valor de lo verdadero .Felicitaciones.
Divino Pato!! Como siempre, una profesional de las palabras…!!!